jueves, 9 de diciembre de 2010

El caballo ganador III

Viernes 17 de Septiembre de 2010.

09:11 h.

Abandonamos toda esperanza al dirigir nuestros pasos hacia fuera del armario. Todas las señales recibidas para llegar hasta aquí, habían terminado en muerte.

No entiendo el por qué de tantos signos y tanta combinación numérica, si finalmente todo lleva nuevamente a la desesperanza de nuestros corazones. No. No lo entiendo.

Un zumbido eléctrico seguido de una pequeña vibración, comenzó a sonar justo cuando nos disponíamos a coger el ascensor.

Tras nuestra sorpresa, sonido y vibración comenzaron a acentuarse de manera alarmante como si de un pequeño terremoto se tratase.

Los cimientos retumbaban, y por los lados del pasillo ya se podía ver al principio de una gran marabunta de esas cosas. Corrían profiriendo gemidos y gritos a su paso y dejaban ver sus ansias por saborear nuestros cuerpos, dando sentido a su existencia.

¡Joder! ¡Joder! ¡¡Joder!! Gritaba Ardo mientras disparaba su escopeta. ¡Bang!

Antonio tranquilo y silencioso, recargaba la suya tras vaciar sus dos primeros cartuchos.

¡¡Ahhhhhh!! ¡Hijos de puta! ¡Bang! ¡Bang! Una segunda carga salía del cañón de la escopeta de Ardo.

Yo estaba paralizado, con el cuchillo en mano y cara de gilipollas solo podía pensar en la madre e hija que acabábamos de ver hace unos minutos.

Encaminé mis pasos de nuevo hacia el armario, y al llegar hasta allí, no pude creerme lo que estaba viendo. La niña sostenida aún entre los brazos de su madre irradiaba luz amarilla por cada uno de sus poros. El zumbido, también parecía provenir de ella.

Poco a poco, el sonido y la intensidad se hicieron insoportables. Mi instinto de supervivencia me hizo pensar que estaba en peligro haciéndome salir corriendo como alma que huye del diablo. Al llegar al pasillo, Antonio y Ardo, se encontraban metidos en el ascensor haciéndome nerviosos gestos para que corriera hacia ellos.

¡Vamos! ¡Vamos! ¡Corre! ¡Corre joder!

Aún no se como conseguí llegar hasta allí sin que ninguna de los zombies me cogiera. Tan solo recuerdo el zumbido en mi oreja de un disparo que Antonio realizó contra uno justo cuando yo entré.

Las puertas se cerraron tras el disparo. La tensión se mascaba en el ambiente y estaba presente en cada músculo de nuestras caras.

Bfffff, por los pelos. Fueron las últimas palabras que recuerdo haber oído de los labios de Ardo.

¡¡Zzzzzzzzzz!! El sonido eléctrico se hizo insoportable justo antes de que aparecieran las primeras sacudidas. Nos miramos antes de recibir el primer impacto de lo que parecía una honda expansiva provocada por alguna explosión.

De pronto, el silencio invadió nuestro espacio. Un silencio absoluto que vendría presidido por algo mucho peor. Una terrible explosión que convertiría nuestros cuerpos en llamas.

¡Estábamos ardiendo vivos! ¡¡Arrrgggggg!!...

Ahora circulamos por una carretera de doble sentido que nos llevará a “Navalmoral de la Mata” pasando por “Casatejada”. Concretamente y según los mapas es la EX-A1. Después de la pesadilla que tuve anoche, no he podido mantener la tranquilidad en lo que llevamos de día, he procurado apuntarla en mi diario para no olvidarla jamás. Creo que Antonio, que está durmiendo detrás, y Ardo, que está conduciendo la furgoneta, me lo notaron esta mañana, pero tras preocuparse por mi salud yo les indiqué que no era nada. Todo va bien.

Solo espero no tener que encontrarme nada parecido a lo que viví en mi sueño. ¡Por dios! que no haya ningún hospital…

martes, 7 de diciembre de 2010

El caballo ganador II

Viernes 17 de Septiembre de 2010.

12:33 h.

Tras ellas, lo único que podemos ver es la desolación. Todo lo que antes parecía estar en un estado impoluto, ahora se encontraba sucio y esparcido por el suelo del pasillo.

Pensando un rato sobre mi reacción instintiva de llegar al piso tres, intenté dar sentido a la combinación numérica, tres-tres-uno-cinco. Sin duda, todo parece indicar que el piso podría estar indicado por el primer tres. Siguiendo esa regla, evidentemente el resto de la combinación debía de hace referencia a una habitación del hospital, concretamente a la trescientos quince.

Haciéndole gestos a Antonio, conseguí encarrilar sus pasos hacia ella. El pasillo estaba repleto de más suciedad, las paredes ennegrecidas y arañadas por varios sitios. El suelo repleto de sangre seca por el paso de los días. Lo raro era que todo seguía extrañamente solitario, no habiendo rastro de vida alguna.

Al llegar a la altura de la habitación y examinar su interior desde el marco de la puerta, no encuentro nada extraño que despertara mi atención. Al adentrarme aún más, pude observar otro cuerpo de zombie tumbado en el suelo. Parece haber sido víctima de otro ataque. ¿Producido por la misma persona que acabó con el de la recepción? Quizás.

No lo se, puede que me esté equivocando. Lo cierto es que por mucho que buscaba algo que le diera sentido a todo esto, no encontraba nada. Puede que mi cabeza interpretara mal aquellos números y no tengan nada que ver con este lugar y mucho menos con la habitación.

La desilusión hizo acto de presencia en mi cara, Antonio, al notarlo, me puso la mano en el hombre.

¿Estás bien? Yo asentí con la cabeza.

¿Podemos irnos? Aquí no tenemos nada que hacer.

Cabizbajo encaminamos nuestros pasos nuevamente hacia la puerta del ascensor. Mi mirada, sin quererlo, se desvió hacia uno de esos carteles de hospital que informan donde dirigirse en caso de estar buscando un lugar.

“Sala de curas. 331-5”

¡Eso es! Grité en voz alta. Antonio se me quedó mirando con cara de sopesar mi locura.

Es por aquí, estoy convencido.

¿Por aquí el que? Replico Ardo. Llevamos siguiéndote desde que llegamos y no nos has dicho, para que.

Después de discutir un rato con Ardo y recibir el apoyo de Antonio, ambos, Ardo a regañadientes, nos dispusimos a seguir la indicaciones de dicho cartel. Al llegar hasta el lugar indicado, pudimos ver que la sala, al igual que el resto del hospital, había sido destrozada. Había una camilla rota por los suelos, diferentes tipos de utensilios tirados y en una de las paredes, un frontal de armarios con la mayoría de sus puertas arrancadas o colgando de tan solo una bisagra.

Mas hacia el fondo, la puerta de un armario empotrado había sido brutalmente destrozada. Al acercarme hacia el, recibí en mi cornea la visión mas cruel que jamás hubiera querido ver nadie.

Parecía que en su lucha por la supervivencia, una madre con su hija se habían encerrado en el interior de este armario con la esperanza de ser rescatados en algún momento. Por desgracia, ese momento no llegó a tiempo.

Sus cuerpos yacían acurrucados en una de las esquinas interiores de dicho armario. Se podía apreciar, como la madre abrazaba fuertemente a su hija con intención de protegerla de algo. Su aspecto era terrible, moratones provocados por golpes y heridas que nos dejaban ver su interior, daban señas de lo que había pasado allí mismo. La expresión de su cara reflejaba el horror de las últimas horas de su vida. Tras mirarla detenidamente, pude observar que había sido infectada a causa de una herida o mordisco, que poseía en su pierna. Estaba totalmente convencido de ello, pues tenía el mismo aspecto que la herida que Roberto se hizo.

Por el contrario, la niña de rubias melenas permanecía involuta, parecía como si hubiera dormido un sueño del que nunca despertó. No había ningún signo de violencia que pudiera evidenciar la causa de su muerte. Muerte que yo había comprobado.

Tras sosegarnos un poco, cogí la cartera de aquella mujer con intención de poder identificarla. Tenía la extraña sensación de haberla conocido anteriormente.

Nuria Bueno Chester, ponía en su DNI. DNI que tampoco aclaraba mi sentimiento familiar hacia ella.

Antonio permanecía a mi lado con la tez sombría, todo lo que había visto le afectaba de la misma manera que a mí. Por el contario Ardo, llevaba un rato fuera del armario aguantando una serie tras otra de grandes arcadas. Supongo que nunca se está lo suficientemente preparado para aguantar todo lo que el destino te hace llegar…

lunes, 6 de diciembre de 2010

El caballo ganador

Viernes 17 de Septiembre de 2010.

12:18 h.

La mañana está enturbiada por un espeso manto de nubes amenazantes. Todo está de color crudo, un crudo que despierta la melancolía en nuestros corazones. No sabemos por que, pero no hemos encontrado a ninguna de esas cosas por nuestro camino. Quizás, y pensando positivamente por una vez desde hace varios días, la pesadilla haya llegado a su fin. O quizás las nubes sean la señal de que todo está por terminar. Ellos al igual que los animales, haciendo uso de su instinto, pueden haber intuido que algo peor se avecina sobre nuestras cabezas.

El caso es que aquí estamos, entre las calles de “Navalmoral”. Calles, tristes y solitarias como los únicos habitantes vivos que posee ahora mismo. Ante mi se yergue una construcción recia y sólida de lo que parece ser el hospital de la región. Con un aspecto oscuro y tenebroso, a pesar de que sus paredes ennegrecidas en algún momento de su existencia fueron pintadas de blanco, un blanco hospitalario.

No lo se, no sabría que es, pero hay algo en su interior que me impulsa poderosamente a adentrarme en sus instalaciones.

Aquí nos hallamos los tres ante su fachada, con cara de sorpresa-boquiabierta e hipnóticos-mentales.

Sin apenas darnos cuenta estamos encaminando nuestros pasos hacia sus puertas de entrada. Parece como si una gran fuerza natural hubiera hecho acto de presencia en algún momento. Sus puertas están literalmente destrozadas. Unas puertas de metal reforzado que jamás habría podido imaginar que se pudiera moldear de esta manera.

Mas adentro, hacia el mostrador se encuentran los restos de una persona, esparcidos por el suelo. A simple vista, no podría distinguir si era persona o cosa. Tiene una escayola en su pierna derecha y el cráneo completamente machacado por algo pesado. A su lado encuentro el arma homicida, un extintor de incendios de tamaño medio con visibles restos de masa encefálica en su zona de apoyo. Sin duda, ahora se que quién acabó con él, no debía de ser un infectado, pues no recuerdo haber visto a ninguna de esas cosas utilizar algo a modo de arma.

Examinando mas detenidamente la entrada, creo poder afirmar la pasada de una marabunta de personas o zombies. Todo lo que rodea mi vista, se encuentra destrozado por una fuerza brutal.

Al avanzar por su pasillo central seguimos observando los destrozos ocasionado por el paso de la horda.

Antonio, lleva su escopeta en ristre preparada por si nos topáramos ante cualquier contratiempo. Por el contrario, Ardo porta la otra escopeta con la que vigila nuestra retaguardia. Yo no tengo otra arma que una pequeña hoz que Antonio guardaba en su furgoneta para desempeñar sus trabajos del campo. Lo único que pienso en este momento es, no tener nunca a una de esas cosas lo suficientemente cerca como para verme obligado a usarlo.

Llegados al ascensor, vemos que su puerta permanece abierta a causa de un pedazo de carne a medio comer, que imagino que en algún momento serviría de alimento para una de esas cosas. Una vez dentro y apartándolo hacia un lado para permitir que las puertas se cierren, mi dedo pulsa instintivamente el botón del piso numero tres. No se por que ha sido el piso elegido, pero extrañamente y desde el principio, tengo una combinación numérica rondando en el interior de mi cabeza. Tres-tres-uno-cinco, este es el boleto del caballo ganador.

¡Ding!

La campana de aviso del ascensor suena anunciándonos la llegada hacia el destino. Las puertas se abren…

domingo, 5 de diciembre de 2010

Ardo, mi nuevo amigo

Viernes 17 de Septiembre de 2010.

04:13 h.

¡Click!

Antonio levanta el percutor de su escopeta de caza y apunta hacia donde se escuchan los ruidos. Concretamente en una parte de la maleza que nos rodea.

La tensión es máxima. El miedo es un arma de doble filo, si consigues dominarlo te servirá para mantenerte con vida el mayor tiempo posible. Pero si por el contrario se adueña de ti, puede resultar un peligro para tu integridad física y la de los que te rodean. Antonio lo sabía, por eso no dudo en distraer su mirada durante un instante hacia mi posición. Imagino que el verme dentro de la furgoneta, mirando a través de la ventana con apariencia sosegada, le tranquilizó.

El sonido era cada vez mas perceptible. Las ramas comenzaron a moverse. Los músculos de Antonio se tensaron reflejando así lo preocupante de la situación. Todo pareció paralizarse cuando Antonio mantuvo su respiración.

Repentinamente y con las manos en alto, de entre la maleza salió un individuo de color negro.

¡Joder Antonio! ¡Que soy yo!

A mi no me había hablado de él, y con total seguridad, si hubiera sido yo el dueño de la escopeta instintivamente, le habría volado la cabeza. Por suerte para él, Antonio tenía nervios de acero y siempre conseguía que en el último minuto su cerebro pensara a la misma velocidad que la adrenalina que recorría su cuerpo.

El nuevo visitante, es un tipo cuanto menos, peculiar. Es tan alto como una torre, y un bigote de tipo herradura le otorga un aspecto amenazador contradictorio con el brillo y alegría de sus ojos. Tiene una enorme cicatriz que recorre su cabeza de un lado a otro. Sin duda a debido pasarlo mal en algún momento de su vida. Regresaba con mas comida en una gran mochila.

Lleva con Antonio desde mucho antes que todo esto diera comienzo. Su amistad va algo mas allá que la mera ayuda por su supervivencia.

Ya mas tranquilos junto a la hoguera, al examinar detenidamente a Ardo, así me ha dicho que se llama, puedo apreciar a una persona nerviosa e impulsiva. Da la sensación de que nunca pudo disfrutar de las cosas pequeñas que te da la vida. Creo que su mente ha ido siempre mucho mas allá de lo que la realidad le marcaba.

Sin duda, es un tipo creativo, un soñador, en tan solo cinco minutos me ha nombrado mas de doce profesiones diferentes que ha llegado a desempeñar a lo largo de su vida. Casi todas ellas de carácter creativo. Actor, músico, escritor, mago…

Ahora creo haber entendido el punto de conexión que le une con Antonio. Vistos juntos no parecen tener absolutamente nada que ver. Pero Ardo representa todo a lo que Antonio tuvo que renunciar, ahora va cogiendo otro color diferente.

Hemos estado hablando los tres hasta altas horas de la madrugada. Bueno he de decir que Ardo hablaba y Antonio y yo escuchábamos, pues otra de las muchas cualidades que tiene mi nuevo a migo, es que no creo que exista demasiada gente que le consiga hacer callar.

Ya, definitivamente nos vamos a dormir. Antonio montará guardia para que mañana pueda dormir durante el viaje a “Navalmoral de la Mata”.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Burunchel

Jueves 16 de Septiembre de 2010.

22:53 h.

¡Joder! Casi me descerraja un tiro en la cabeza. He tenido que utilizar una habilidad felina que no conocía. O al menos eso es lo que pensaba al saltar hacia atrás esquivando el tiro.

Muy lejos de todo eso, Antonio me comento que erró el disparo en el último momento al percatarse de mi condición humana. Ahora, sentados junto a la fogata, en su campamento a las afueras del pueblo, me estuvo contando un poco sobre él. Lo cierto es que parece una persona con una vida bastante interesante.

Un hombre de unos 36 años de estatura media y aspecto duro. Tapa parte de su cara con una frondosa perilla y protege su cabeza de las inclemencias del tiempo con una cómoda boina estilo pueblo. Me contó que procedía de su amada y querida tierra Andaluza, concretamente de Burunchel, un pequeño pueblo que añora con toda su alma.

Siempre soñó con ser actor, pero las necesidades familiares le obligaron a olvidar su sueño y ceñirse a realizar un trabajo que le diera de comer a él y su familia. Es por eso por lo que después de adquirir unas tierras en Serrejón, decidió explotarlas y hacer de la agricultura y la caza su sustento en la vida. Que variopinto, he pensado yo. De actor a agricultor.

No ha querido profundizarme demasiado sobre su familia y seres queridos. Por su reacción, posiblemente he podido tocar algo frágil que está a punto de romperse. Mi madre siempre me enseñó a no hacer daño a los demás, por eso he preferido cambiar de tema.

Según me comenta, soy el primer superviviente que se encuentra en su camino, ha estado almacenando comida en una furgoneta que tiene aparcada aquí mismo. Y desde que se hizo con el carrito de helados y consiguió acoplarle un mecanismo que le hace andar solo, ha conseguido siempre ir a su antojo por toda la ciudad.

Ya mas tranquilos, me ha examinado el brazo, y tras un empujón a traición, me lo ha colocado en su sitio. ¡Que dolor! Y que alivio al mismo tiempo, pensé que me lo había roto.

Mañana decidiremos a donde ir, pero por lo que el me comenta tiene intenciones de dirigirse a “Navalmoral de la Mata”. No me ha dicho nada, pero creo que tiene algo pendiente allí.

Después de unas horas, permanece impasible apostado frente a la hoguera, mientras yo obedezco sus ordenes. Me comento que no tenía de que preocuparme, que podía irme a dormir mientras el hacía guardia como tantas otras veces. Yo en un principio no accedí, pues no me parecía justo que durmiera toda la noche de tirón mientras el guardaba. Pero finalmente me convenció explicándome la necesidad de que estuviera completamente fresco para el día de mañana. Por lo tanto, ahora me dispongo a descansar dentro de la furgoneta, tumbado en un colchón que hay en la parte trasera…

¡Hay un ruido! Jadeos y movimientos, llegan a nuestros oídos. Cuando miro a través de la ventanilla de la furgoneta, veo la figura erguida de Antonio con la escopeta en posición de disparo.