lunes, 6 de diciembre de 2010

El caballo ganador

Viernes 17 de Septiembre de 2010.

12:18 h.

La mañana está enturbiada por un espeso manto de nubes amenazantes. Todo está de color crudo, un crudo que despierta la melancolía en nuestros corazones. No sabemos por que, pero no hemos encontrado a ninguna de esas cosas por nuestro camino. Quizás, y pensando positivamente por una vez desde hace varios días, la pesadilla haya llegado a su fin. O quizás las nubes sean la señal de que todo está por terminar. Ellos al igual que los animales, haciendo uso de su instinto, pueden haber intuido que algo peor se avecina sobre nuestras cabezas.

El caso es que aquí estamos, entre las calles de “Navalmoral”. Calles, tristes y solitarias como los únicos habitantes vivos que posee ahora mismo. Ante mi se yergue una construcción recia y sólida de lo que parece ser el hospital de la región. Con un aspecto oscuro y tenebroso, a pesar de que sus paredes ennegrecidas en algún momento de su existencia fueron pintadas de blanco, un blanco hospitalario.

No lo se, no sabría que es, pero hay algo en su interior que me impulsa poderosamente a adentrarme en sus instalaciones.

Aquí nos hallamos los tres ante su fachada, con cara de sorpresa-boquiabierta e hipnóticos-mentales.

Sin apenas darnos cuenta estamos encaminando nuestros pasos hacia sus puertas de entrada. Parece como si una gran fuerza natural hubiera hecho acto de presencia en algún momento. Sus puertas están literalmente destrozadas. Unas puertas de metal reforzado que jamás habría podido imaginar que se pudiera moldear de esta manera.

Mas adentro, hacia el mostrador se encuentran los restos de una persona, esparcidos por el suelo. A simple vista, no podría distinguir si era persona o cosa. Tiene una escayola en su pierna derecha y el cráneo completamente machacado por algo pesado. A su lado encuentro el arma homicida, un extintor de incendios de tamaño medio con visibles restos de masa encefálica en su zona de apoyo. Sin duda, ahora se que quién acabó con él, no debía de ser un infectado, pues no recuerdo haber visto a ninguna de esas cosas utilizar algo a modo de arma.

Examinando mas detenidamente la entrada, creo poder afirmar la pasada de una marabunta de personas o zombies. Todo lo que rodea mi vista, se encuentra destrozado por una fuerza brutal.

Al avanzar por su pasillo central seguimos observando los destrozos ocasionado por el paso de la horda.

Antonio, lleva su escopeta en ristre preparada por si nos topáramos ante cualquier contratiempo. Por el contrario, Ardo porta la otra escopeta con la que vigila nuestra retaguardia. Yo no tengo otra arma que una pequeña hoz que Antonio guardaba en su furgoneta para desempeñar sus trabajos del campo. Lo único que pienso en este momento es, no tener nunca a una de esas cosas lo suficientemente cerca como para verme obligado a usarlo.

Llegados al ascensor, vemos que su puerta permanece abierta a causa de un pedazo de carne a medio comer, que imagino que en algún momento serviría de alimento para una de esas cosas. Una vez dentro y apartándolo hacia un lado para permitir que las puertas se cierren, mi dedo pulsa instintivamente el botón del piso numero tres. No se por que ha sido el piso elegido, pero extrañamente y desde el principio, tengo una combinación numérica rondando en el interior de mi cabeza. Tres-tres-uno-cinco, este es el boleto del caballo ganador.

¡Ding!

La campana de aviso del ascensor suena anunciándonos la llegada hacia el destino. Las puertas se abren…

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