martes, 7 de diciembre de 2010

El caballo ganador II

Viernes 17 de Septiembre de 2010.

12:33 h.

Tras ellas, lo único que podemos ver es la desolación. Todo lo que antes parecía estar en un estado impoluto, ahora se encontraba sucio y esparcido por el suelo del pasillo.

Pensando un rato sobre mi reacción instintiva de llegar al piso tres, intenté dar sentido a la combinación numérica, tres-tres-uno-cinco. Sin duda, todo parece indicar que el piso podría estar indicado por el primer tres. Siguiendo esa regla, evidentemente el resto de la combinación debía de hace referencia a una habitación del hospital, concretamente a la trescientos quince.

Haciéndole gestos a Antonio, conseguí encarrilar sus pasos hacia ella. El pasillo estaba repleto de más suciedad, las paredes ennegrecidas y arañadas por varios sitios. El suelo repleto de sangre seca por el paso de los días. Lo raro era que todo seguía extrañamente solitario, no habiendo rastro de vida alguna.

Al llegar a la altura de la habitación y examinar su interior desde el marco de la puerta, no encuentro nada extraño que despertara mi atención. Al adentrarme aún más, pude observar otro cuerpo de zombie tumbado en el suelo. Parece haber sido víctima de otro ataque. ¿Producido por la misma persona que acabó con el de la recepción? Quizás.

No lo se, puede que me esté equivocando. Lo cierto es que por mucho que buscaba algo que le diera sentido a todo esto, no encontraba nada. Puede que mi cabeza interpretara mal aquellos números y no tengan nada que ver con este lugar y mucho menos con la habitación.

La desilusión hizo acto de presencia en mi cara, Antonio, al notarlo, me puso la mano en el hombre.

¿Estás bien? Yo asentí con la cabeza.

¿Podemos irnos? Aquí no tenemos nada que hacer.

Cabizbajo encaminamos nuestros pasos nuevamente hacia la puerta del ascensor. Mi mirada, sin quererlo, se desvió hacia uno de esos carteles de hospital que informan donde dirigirse en caso de estar buscando un lugar.

“Sala de curas. 331-5”

¡Eso es! Grité en voz alta. Antonio se me quedó mirando con cara de sopesar mi locura.

Es por aquí, estoy convencido.

¿Por aquí el que? Replico Ardo. Llevamos siguiéndote desde que llegamos y no nos has dicho, para que.

Después de discutir un rato con Ardo y recibir el apoyo de Antonio, ambos, Ardo a regañadientes, nos dispusimos a seguir la indicaciones de dicho cartel. Al llegar hasta el lugar indicado, pudimos ver que la sala, al igual que el resto del hospital, había sido destrozada. Había una camilla rota por los suelos, diferentes tipos de utensilios tirados y en una de las paredes, un frontal de armarios con la mayoría de sus puertas arrancadas o colgando de tan solo una bisagra.

Mas hacia el fondo, la puerta de un armario empotrado había sido brutalmente destrozada. Al acercarme hacia el, recibí en mi cornea la visión mas cruel que jamás hubiera querido ver nadie.

Parecía que en su lucha por la supervivencia, una madre con su hija se habían encerrado en el interior de este armario con la esperanza de ser rescatados en algún momento. Por desgracia, ese momento no llegó a tiempo.

Sus cuerpos yacían acurrucados en una de las esquinas interiores de dicho armario. Se podía apreciar, como la madre abrazaba fuertemente a su hija con intención de protegerla de algo. Su aspecto era terrible, moratones provocados por golpes y heridas que nos dejaban ver su interior, daban señas de lo que había pasado allí mismo. La expresión de su cara reflejaba el horror de las últimas horas de su vida. Tras mirarla detenidamente, pude observar que había sido infectada a causa de una herida o mordisco, que poseía en su pierna. Estaba totalmente convencido de ello, pues tenía el mismo aspecto que la herida que Roberto se hizo.

Por el contrario, la niña de rubias melenas permanecía involuta, parecía como si hubiera dormido un sueño del que nunca despertó. No había ningún signo de violencia que pudiera evidenciar la causa de su muerte. Muerte que yo había comprobado.

Tras sosegarnos un poco, cogí la cartera de aquella mujer con intención de poder identificarla. Tenía la extraña sensación de haberla conocido anteriormente.

Nuria Bueno Chester, ponía en su DNI. DNI que tampoco aclaraba mi sentimiento familiar hacia ella.

Antonio permanecía a mi lado con la tez sombría, todo lo que había visto le afectaba de la misma manera que a mí. Por el contario Ardo, llevaba un rato fuera del armario aguantando una serie tras otra de grandes arcadas. Supongo que nunca se está lo suficientemente preparado para aguantar todo lo que el destino te hace llegar…

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