viernes, 12 de noviembre de 2010

Ilusiones muertas

Jueves 14 de Septiembre de 2010.


Hace horas que no siento la pierna y la herida a pesar de haber estado lavándomela durante todo este tiempo, tiene muy mal aspecto.

Mi sobrina está muy asustada y no se ha movido de mi lado en estas últimas horas. Los primeros golpes en las puertas del armario la sacaron de su trance de princesa para devolverla a la realidad.

No tengo idea de cuanto van a poder aguantar dichas puertas. Creo que el fin de nuestra vida se acerca, de la misma manera que les fue arrebatada a nuestros verdugos.

Hace ya algunos minutos que Belén llora desconsoladamente entre temblores. ¡Dios! ¿Por qué consientes esto? ¡No hay nada! ¡No hay nadie! ¡Nunca hubo nadie!…

Yo estoy demasiado débil para poder reaccionar. Mi cuerpo me abandonó junto con mi espíritu, y no me queda nada para poder luchar. Ni siquiera las lágrimas que mi cuerpo no consigue aflorar, conseguirían reflejar la pena que siento por la resolución final que se avecina.

Espasmos, fiebre, vómitos y demás síntomas van a ser las últimas acciones que recordaré cuando todo esto haya terminado definitivamente.

Odio ver su mirada clavada en mis pupilas como reprochándome un olvido que realmente nunca se produjo. ¡Pero es que no puedo moverme! ¡Ni tan siquiera mantenerme en pie! Que por otra parte, de nada me serviría.

Ya casi no siento la presión de sus brazos estrechando mi cuerpo. Su voz entre sollozos apenas es ya audible para mí. Tita, tita, tita.

La miro y acaricio su mejilla como queriendo tranquilizarla de algo intranquilizable. Sus lágrimas hacen daño, mucho daño. Me queman por dentro. Pero es un daño apenas perceptible por el estado en el que me encuentro. Si no me hubiera mordido ¡El Hijo de Puta!

¡¡Quiero llorar!! ¡Devuélveme lo que es mío cabrón! No me quites lo único que me queda.

Los golpes secos se tornan en crujir de maderas. Las puertas están cediendo y tan solo puedo ver muerte tras ellas. Con las pocas fuerzas que tengo, aprieto a mi sobrina contra mi, ilusamente pensando, que de esta manera no sentirá dolor alguno. ¡Que ilusa! Me derrumbo. Tenía que haberle evitado este sufrimiento. Pero no he tenido ni el valor, ni las fuerzas.

Las puertas ceden. Entre sus gritos, escucho mi nombre. Ya llega el primero. Siento un único y último golpe… Todo llega. Todo se acaba.

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