miércoles, 13 de octubre de 2010

Juguemos al escondite (Parte 2).

Jueves 9 de Septiembre de 2010.

Giré y me di de bruces contra ella. ¡Joder que susto!

Era una anciana que parecía desorientada. Llevaba unas gafas oscuras de sol, y al observar sus torpes movimientos descubrí que era invidente.

Permanecía inmóvil en uno de los descansillos de las escaleras. Parecía algo asustada y aún mas cuando me tope con ella.

¡¿Quién va!? Me grito temerosamente alzaba su bastón amenazadoramente. Necesité de mis reflejos para esquivarlo y así evitar comérmelo.

La intenté tranquilizar para que cesara en su actitud violenta, y finalmente se relajó y me pidió ayuda.

Me contó que al salir de su habitación e ir por el pasillo escuchó por detrás de ella unos extraños ruidos parecidos a los de una pelea. Alguna reyerta estaba justo a su espalda. Ella por no meterse en líos aceleró el paso con intención de dar parte en recepción. Al llegar hasta la puerta del ascensor, pudo escuchar golpes secos y unos dolorosos gritos provenientes de la pelea que había dejado atrás. Momento en el que nerviosamente apretó en repetidas ocasiones el botón de llamada del ascensor.

Al ver que los gritos cesaban, el ascensor no venía y que los golpes se aproximaban por su espalda. Decidió buscar la puerta que le conducirían hasta la escalera de servicio, bajando así poco a poco hasta el rellano donde se encontraba.

Yo la tranquilicé, pues pude apreciar que su estado nervioso aumentaba al contarme su relato. La estuve contando que había escuchado muchos ruidos y jaleos durante la noche, y que no descartaba que algunos inquilinos hubieran estado de juerga hasta acabar peleándose borrachos perdidos.

Parece que al oír mis palabras, respiró profundamente aliviada y me pidió que por favor la ayudarla a llegar hasta recepción. Yo evidentemente accedí con mucho gusto, siempre he sentido un profundo respeto por las personas mayores.

Agarré del brazo a mi nueva amiga, llamada María, y nos dispusimos a bajar lentamente, muy lentamente por las escaleras que conducían hasta el primer piso. Por el camino, como no, me obsequio con la apasionante historia de su vida y sus 5 maridos. Parecía que no había perdido el tiempo en su vida.

Por fin y gracias a dios, llegamos hasta la puerta de la primera planta que conecta con la recepción del hotel. Descansamos unos segundos para respirar, y abrimos dicha puerta para llegar hasta el mostrador.

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