jueves, 21 de octubre de 2010

Juguemos al escondite (Parte 4).

Jueves 9 de Septiembre de 2010.

Tiré lo suficientemente fuerte de su brazo como para partírselo por varios sitios. Debió dolerle, pues el gesto de su cara cambió repentinamente mientras me decía. ¡Niña! Que me vas a romper el brazo. Soltándose bruscamente de mi mano.

Yo solo pude articular una palabra. ¡Corra!

Ella debió de captar la alarma en mi tono, ó quizás los gruñidos de aquel ser ayudaran. Sin hacer ninguna pregunta mas, giró su cuerpo hacia mi posición y empezó a correr.

Yo hice lo propio. Evidentemente por una cuestiones de edad mi carrera era mas rápida que la suya, pero no mantenía un mal ritmo después de todo. Nos dirigíamos hacía la puerta con intención de salir a la calle.

Giré la cabeza y la vi tras de mi corriendo a apenas dos metros de aquella cosa. Volví a mirar hacia adelante para continuar con mi huida.

Giré nuevamente la cabeza para ver que su situación mejoraba aún mas. No se como, pero ella corría como si estuviera poseída por el diablo. Había aumentado su distancia con el individuo a cinco metros. ¿Acaso aquella mujer era corredora profesional sin yo saberlo? A este paso no tardaría en pasar de largo por mi lado. Yo seguía corriendo.

Gire la cabeza una tercera vez para ver como la ancianita se estrellaba estrepitosamente contra una de las columnas del. El golpe seco fue suficientemente fuerte como para tirarla al suelo.

¡Rejostias! Gritó la venerable anciana al sentir el golpe y caer al suelo.

Fue la última vez que estaríamos juntas. Yo ya estaba alcanzando la puerta para salir a través de ella sin poder mirar hacia atrás mas veces.

Mi propia respiración acelerada me evitaba escuchar el entorno con claridad. Yo después del incidente con mi acompañante, prefería no mirar hacia atrás. Decidí de esta manera abrazar lo inevitable en el caso de que llegara el momento. Prefería no ser testigo del anuncio de mi propia muerte.

El corazón se salía de mi pecho cual cabalgada nocturna desenfrenada. Ya no podía mantener el ritmo que la sensatez había impuesto a mis piernas.

Entre tanto movimiento conseguí divisar el pabellón principal del hospital en el que se encontraba mi sobrina. Mi mente solo pudo pensar una cosa. Debía de salvarla por encima de cualquier cosa, si aún no era tarde, pasaría por encima de todo por salvaguardar su vida.

Una pequeña sonrisa se alojó en mis labios al pensar en el recuerdo de las tardes de juegos que había compartido conmigo. En su risa, en su mirada de amor, en su cariño.

Instintivamente y en contra de lo había decidido, giré la cabeza en un gesto de desobediencia hacia mi misma. Vi la realidad de mis acciones, desde luego no me sirvió para tranquilizarme ni rebajar el ritmo de mi carrera. Una muchedumbre incontable de gente extraña, corría tras de mi a apenas diez o quince metros.

Me asusté lo suficiente como para forzar mi propio paso. Algo que decididamente, no sería buena idea.

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