martes, 19 de octubre de 2010

Juguemos al escondite (Parte 3).

Jueves 9 de Septiembre de 2010.

Tras unos cuantos pasos por una recepción desértica, llegamos hasta el mostrador principal. Tras el, había una puerta que daba acceso a una habitación en penumbra.

Ajustando mis pupilas a la oscuridad del lugar, pude ver la silueta de un hombre que permanecía inmóvil en dicha habitación.

La señora comenzó a buscar con sus manos el timbre llamador del hotel. Una vez lo halló, comenzó a pulsarlo repetidas veces y a gritar. Oiga, ¡Oiga!, estamos aquí esperando. ¡Señor!

La anciana parecía poseída por el espíritu de la impaciencia. No se hasta donde llegaría mi paciencia si tuviera que meterme en la postura del recepcionista.

Mientras tanto y sin parar de escuchar a la pesada anciana. Mi mirada comenzó a examinar mas detenidamente el recinto principal en el que no hallábamos.

Fue en ese momento en el que me dí cuenta de la situación por la que estábamos a punto de pasar.

Ya empecé a razonar del porque de tantos ruidos acontecidos en la noche anterior. Comprendí que los inquilinos de este hotel, no se habían divertido tanto como yo creía.

En algunos rincones lejos de nuestra posición, podía ver cuerpos rodeados de charcos sangrientos por el suelo. Observando con aún mas detenimiento, en la zona de espera aparecían en mi campo de visión miembros arrancados de sus dueños sin permiso alguno, que reposaban sobre la mesa y sillones destinados a la espera.

No podía salir de mi asombro y permanecía estupefacta ante tan duras imágenes. La pobre anciana no era consciente de la gravedad de la situación, y permanecía a mi lado aporreando el timbre y llamando al personal con diferentes improperios.

Fue entonces cuando realmente el peligro hizo mella en mi cabeza.

De manera rápida y seca sujeté la mano de la anciana para evitar que siguiera llamando la atención a lo que fuera que hubiera hecho esto.

Esta, al ver detenida su mano con tanta contundencia me pregunto.

¿Ya viene alguien a atendernos?

Tras su pregunta, la silueta misteriosa giró a comenzó a salir de entre las sombras con paso lento.

Cuando conseguí ver su cara, quedé completamente horrorizada. Fue el único momento que sentí envidia por la ceguera de un invidente. Tenía la cara completamente desfigurada y aún así no parecía importarle ni sentir dolor alguno. Parecía como si alguien hubiera estado practicando esgrima en ella. Los chorros de sangre manaban aún de forma contundente por sus mejillas.

Agarré fuertemente la mano de la anciana para intentar tirar de ella hacia atrás. Pero mis movimientos comparados con los de aquel individuo eran lentísimos. La reacción tras mi sorpresa no fue precisamente para sentirse orgullosa.

Aquel individuo ágil cual gacela saltó por encima del mostrador con intención de agredir a la vieja…

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