lunes, 25 de octubre de 2010

Juguemos al escondite (Parte 5).

Jueves 9 de Septiembre de 2010.

¿Alguna vez habéis estado viendo alguna de esas películas en las que el ó la protagonista huye despavorido para salvar su vida, tropezando constantemente en su carrera?

¿No os preguntabais porque padecía una exagerada torpeza?

Pues yo creo haber hallado algunas respuestas al respecto.

La adrenalina siempre supera nuestras capacidades humanas. Cuando estás al cien por cien, tu cuerpo reacciona tal y como tu nivel de adrenalina quiere marcarte. Pero cuando el límite del agotamiento está cerca, la cosa cambia para inclinar la balanza hacia lo que nunca veremos como justo.

Sin apenas darme cuenta, me encontraba corriendo a la misma velocidad que Carl Lewis en una de las competiciones que ganó. Evidentemente, ni mi preparación ni mi cuerpo son los que aquella estrella tenía. Cosa que me hizo volver a la realidad, justo cuando volaba para precipitarme contra el suelo.

El impacto fue importante, analizándolo horas después, pude ver que me había raspado parte de la piel de los codos al tiempo que las rodillas me sangraban. Por no hablar del profundo dolor que recorre todo mi cuerpo. Pero en ese instante y gracias a mi amiga la adrenalina, yo no sentía nada.

Mi instinto de supervivencia hizo que me levantara como un resorte e iniciara una nueva carrera para llegar hasta la puerta del hospital.

Aquellos animales, por llamarles de alguna manera, seguían incesantes en su cacería.

Cuando llegué a la puerta apenas me separaban cinco metros de ellos, distancia suficiente como para abrirla y cerrarla nuevamente.

Una vez dentro y sin soltar el picaporte, busqué rápidamente algún objeto que me permitiera colarlo dentro de los dos agarres de la puerta.

Rápidamente, hallé con la mirada un par de muletas apoyadas al lado de la puerta. Tras atrancarla con ella, pude sentir tranquilidad y respirar pausadamente. Cerré los ojos e intenté tranquilizarme durante un momento. Los ruidos producidos por la muchedumbre golpeando las puertas se hacía insoportable, pero poco a poco y tras tranquilizarme conseguí dejar de oírlos en mi mente.

¡Ahhhh! Fff. ¡Que dolor!

Un fuerte pinchazo en mi tobillo me despertó del trance. ¡Joder!, el propietario de las muletas estaba tumbado en el suelo y había intentado comerse mi pierna. De manera automática le propine una fuerte patada para que soltara mi pierna y así poder librarme de su mordisco.

Después del susto comencé a sentir un gran escozor en la zona afectada y tras examinarme mas detenidamente pude observar como un hilillo de sangre brotaba de la herida.

¡Mierda! Espero que no tuviera la rabie el imbecil este. Cuando se espabiló después del golpe, comenzó a arrastrase hacia mi con intenciones de repetir la jugada. Yo nerviosa miré alrededor en busca de salvación alguna.

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