viernes, 8 de octubre de 2010

Un alunizaje perfecto.

Martes 7 de Septiembre de 2010.

16:10 h.

Un alunizaje perfecto.
Empecé a ponerme muy nervioso y grité a Susana que dejara de coger cosas. Ella en un principio, cual inocente, no se había percatado de nada, pero pude apreciar el cambio de expresión en su rostro al detener su mirada hacia el escaparate.

Era como un tanque de los que salen en los documentales de guerra. No cesaba su marcha ante nada, tropezaba y se levantaba de nuevo, pasaba por encima de los setos del parquecillo que nos separaba como si no estuvieran allí.

Es entonces cuando comencé a echar de menos mi cuchillo montañés. Lo había dejado insertado en el pecho de Roberto días atrás. ¡¿Cómo fui tan idiota de no cogerlo antes de huir!? Imagino que en un momento tan estresante como ese, la adrenalina no te deja pensar con claridad.

Sin apenas darnos cuenta, un fuerte e inesperado estruendo hizo que nos despertáramos de nuestra psicosis. No podía creer lo que estaba viendo.
Aquel violento individuo había atravesado con su cuerpo el escaparate de la tienda.

¿Qué estaba ocurriendo? ¿No lo había visto? Claro que si, pero no
le importó en absoluto. Su naturaleza violenta le nublaba por completo. En su cabeza tan solo se encontraba la idea de que nosotros éramos enemigos.

Los cristales cubrieron su cuerpo de cortes. Algunos de ellos parecían haber afectado a algunas arterias importantes, pues no paraba de brotar
sangre de manera exagerada. El suelo pronto pareció una peculiar piscina.

Poco a poco intentaba incorporarse sin percatarse ni por un momento de que su garganta había sido afectada por un profundo corte que le seccionaba limpiamente la yugular. Apenas se levantó, volvió a caer al suelo. Eso me tranquilizó e hizo que los
latidos de mi corazón volvieran a un ritmo casi normal.

Este no sería el único problema del día. Gracias al estruendo producido por aquella cosa, muchísimos mas empezaron a hacer su aparición de entre cualquier rincón. En cuestión de minutos se juntaron unos cien frente a la tienda. Yo, perplejo al verlo, muy, muy despacio cogí a Susana del brazo y haciéndole gestos para que no armara ruido nos metimos tras una puerta que había al fondo.

Es una especie de almacén. Tan solo la entrada por la que hemos pasado y una pequeña ventana con rejas permiten la comunicación con el mundo exterior.

Aún seguimos aquí, desde donde estoy escribiendo estas lineas. Ellos no se han movido. Parecen inquietos como en busca de algo. Posiblemente, nosotros.

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